“… ¡no hay un puñado de tierra
sin una tumba española!”
La estrofa anterior, incluida en un vibrante poema de Bernardo López (1838-1870) hace años se recitaba de memoria en los colegios y fue rigurosamente cierta durante muchos siglos hasta que dejó de serlo en 1975 cuando, con Franco moribundo, el gobierno de un acobardado Arias Navarro decide abandonar la provincia española Sáhara para conservar la amistad de la mayoría del mundo árabe y no indisponerse con Francia ni con Estados Unidos.
En diciembre de ese año, dos decenas de hombres del pelotón de castigo de la Legión fueron encargados de desenterrar a los muertos españoles del cementerio de El Aaiún, la capital del Sáhara, e introducirlos en 1.800 ataúdes llegados en aviones y después retornados a cementerios de la Península y de Canarias. Sólo el 40% fueron reclamados por familiares. La mayoría eran legionarios.
Algunos de ellos es seguro que fueron combatientes en Edchera, una localidad situada a 30 kilómetros de El Aaiún, donde al inicio de 1958 se llevó a cabo una acción de guerra (la olvidada contienda de Ifni de la que apenas se conocen datos), con elevadas bajas españolas producidas en combate cuerpo a cuerpo contra rebeldes marroquís fuertemente armados y por la que se concederían a título póstumo las últimas dos Cruces Laureadas de San Fernando, la mayor condecoración española al valor, al brigada legionario Francisco Fadrique Castromonte y al caballero legionario Juan Maderal Oleaga.
A otro Maderal Oleaga, José María, hermano del anterior, legionario como él y a la sazón presidente de la Hermandad de Antiguos Caballeros Legionarios de Vizcaya, tres encapuchados le descerrajaron siete tiros por la espalda en marzo de 1979. Eran años en que los etarras llevaban a cabo su lucha armada perseguidos por la Guardia Civil, muy distintos de los tiempos actuales en que se insulta a los españoles con palabras como las pronunciadas recientemente por el vicepresidente del Gobierno, afirmando que Otegui y la organización que agrupa a los herederos de ETA están en la dirección del Estado. Un partido como Bildu que, por la dejadez de la mayoría de los gobiernos de uno y otro signo, hace un año contaba con 1.282 cargos electos que se financiaban con 2,4 millones de euros de todos los españoles.
Con los ataúdes de los legionarios fueron evacuados del Sáhara, dejando atrás sus hogares y trabajo, 10.000 civiles junto a sus únicas pertenencias (1.000 automóviles y 300 toneladas de carga). Los bancos ya habían cerrado sus oficinas hace días e Iberia había suspendido todos los vuelos con Madrid.
Los edificios públicos, inventariados en 14.000 millones de la época (84 millones de euros), habían sido abandonados y las instalaciones militares (valoradas en 3.000 millones de pesetas, 18 millones de euros) entregadas al nuevo ejército ocupante como punto final de lo que se llamó la “Operación Golondrina”, pero también como inicio de una larga cadena de regalos y favores al reino alauita que se extiende hasta hoy con la entrega a la policía marroquí de casi cuatro centenares de vehículos nuevos con los que sueñan nuestros guardias civiles.
Los enfrentamientos armados de estos días entre miembros del Frente Polisario y fuerzas del Ejército marroquí han traído a primera página de la actualidad la retirada española del Sáhara, cediendo a las presiones de Marruecos que, apoyado por EE. UU. y financiado por Arabia Saudí, había emprendido la Marcha Verde (la invasión `pacífica´ del territorio español con 300.000 civiles), una operación anunciada por Hasán II con total desfachatez el mismo día que el Tribunal Internacional de Justicia de la ONU rechazaba sus pretensiones sobre el Sáhara.
Este año se cumple el centenario de la fundación de La Legión y, por encima de los derechos de autodeterminación del pueblo saharaui y de la nueva Marcha Verde que parece reeditarse desde las costas saharianas con la llegada de más de 19.000 inmigrantes ilegales a la Islas Canarias ante la pasividad de un gobierno más acobardado e infinitamente más inútil que aquel de 1975, mi pensamiento se detiene en el recuerdo de los 1.800 legionarios caídos en la primera línea de defensa del territorio español sahariano y a los que hace años dejaron de cubrir las arenas del desierto. D.E.P.